La élite chilena apostó siempre por los europeos, a quienes desde principios del siglo XIX ofrecía tierras y derechos, pero muchos árabes y palestinos aprovecharon el impulso.
Para entender el fenómeno migratorio palestino a Chile, hay que retroceder a fines del siglo XIX. La región de Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, considerada sagrada para musulmanes, judíos y católicos, pertenecía por aquellos años al Imperio Otomano.
Eran tiempos de tensiones cruzadas. «La salida de palestinos, sirios y libaneses se da en medio de una situación de crisis económica, decadencia del Imperio Otomano y represión a los primeros movimientos nacionalistas árabes en la zona», le explicó a BBC Mundo Ricardo Marzuca, académico del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, en una entrevista realizada en 2021.
En esta comunidad, como en muchas otras, América era vista como un «mundo nuevo» lleno de oportunidades. De esta manera, muchos jóvenes palestinos siguieron la ruta a Europa por tierra y por mar a Buenos Aires.
Muchos, en vez de quedarse en la capital argentina, más rica y europeizada, prefirieron cruzar los Andes y seguir hacia Chile, atraídos tal vez por un destino más desconocido. Fue por ello que entre 1885 y 1940, los árabes sumaban entre 8.000 y 10.000 personas en Chile, según el libro «El mundo árabe y América Latina», de Lorenzo Agar Corbinosla. La mitad de ellos palestinos que, en su mayoría, provenían de solo tres localidades: Belén, Beit Jala y Beit Sahour.
Pero luego se produjeron otras olas migratorias como, por ejemplo, tras la Primera Guerra Mundial, cuando se produjo la desintegración del Imperio Otomano, y tras la Segunda Guerra Mundial, con la creación de Israel el 14 de mayo de 1948.
Y fue entonces cuando alrededor de 750.000 palestinos huyeron a otros países o fueron expulsados por tropas judías. Al igual que otros países jóvenes, Chile necesitaba inmigrantes para afianzar su economía y controlar el territorio.